viernes, 20 de mayo de 2011

Lolita de Vladimnir Nabokov (Cap.4 y 5)

Lolita – Capítulos 4 y 5

Repaso una y otra vez esos míseros recuerdos y me pregunto si fue entonces, en el resplandor de aquel verano remoto, cuando empezó a hendirse mi vida. ¿O mi desmedido deseo por esa niña no fue sino la primera muestra de una  singularidad  inherente?  Cuando  procuro  analizar  mis  propios  anhelos, motivaciones y actos, me rindo ante una especie de imaginación retrospectiva que atiborra la facultad analítica que con infinitas alternativas bifurca incesantemente cada rumbo visualizado en la perspectiva enloquecedoramente compleja de mi pasado. Estoy persuadido, sin embargo, de que en cierto modo fatal y mágico, Lolita empe con Annabel.


 también  que  la  conmoción  producida  por  la  muerte  de  Annabel consolidó la frustración de ese verano de pesadilla y la convirtió en un obstáculo permanente para cualquier romance ulterior, a través de los fríos años de mi juventud. Lo espiritual y lo físico se habían fundido en nosotros con perfección tal que no puede sino resultar incomprensible para los jovenzuelos materialistas, rudos y de mentes uniformes, típicos de nuestro tiempo. Mucho después de su muerte sentía que sus pensamientos flotaban en torno a los os. Antes de conocernos ya habíamos tenido los mismos sueños. Comparamos anotaciones. Encontramos extrañas afinidades. En el mismo mes de junio del mismo año (1919), un canario perdido había revoloteado en su casa y la mía, en dos países vastamente alejados. ¡Ah, Lolita, si me hubieras querido así!

He reservado para el desenlace de mi fase «Annabe el relato de nuestra cita infructuosa. Una noche, Annabel se las compuso para burlar la viciosa vigilancia de su familia. Bajo un macizo de mimosas nerviosas y esbeltas, al fondo de su villa, encontramos amparo en las ruinas de un muro bajo, de piedra. A través de la oscuridad y los árboles tiernos, veíamos arabescos de ventanas iluminadas que, retocadas por las tintas de colores del recuerdo sensible, se me aparecen hoy  como  naipes  acaso porque una  partida de  bridge  mantenía ocupado al enemigo–. Ella tembló y se crispó cuando le be el ángulo de los labios abiertos y el lóbulo caliente de la oreja. Un racimo de estrellas brillaba plácidamente sobre nosotros, entre siluetas de largas hojas delgadas; ese cielo vibrante parecía tan desnudo como ella bajo su vestido liviano. Vi su rostro contra el cielo, extrañamente nítido, como si emitiera una tenue irradiación. Sus piernas,  sus  adorables piernavivientes, no  estaban muy  juntas  y  cuando localicé lo que buscaba, sus rasgos infantiles adquirieron una expresión soñadora y atemorizada. Estaba sentada algo más arriba que yo, y cada vez que en su solitario éxtasis se abandonaba al impulso de besarme, inclinaba la cabeza con un movimiento muelle, letárgico, como de vertiente, que era casi lúgubre, y sus rodillas  desnudas  apretaban  mi  mano  para  soltarla  de  nuevo;  y  su  boca temblorosa, crispada por la actitud de alguna misteriosa pócima, se acercaba a mi rostro            con intensa aspiración. Procuraba aliviar el dolor del anhelo restregando ásperamente sus labios secos contra los míos; después mi amada se echaba atrás con una sacudida nerviosa de la cabeza, para volver a acercarse oscuramente, alimentándome  con       su boca abierta; mientras, con        una generosidad pronta a ofrecérselo todo, yo le hacía tomar el cet

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